jueves, 2 de mayo de 2013

La pasión según San Cristóbal

Si tuviéramos que escoger un lugar que represente el fervor católico del pueblo peruano en esta Semana Santa, el punto elegido sería el cerro San Cristóbal. Y es que este icono limeño recibió el pasado viernes santo muestras de fe combinadas con costumbres de la costa, el ande y la amazonía.

Los fieles empezaron a llegar junto con los primeros rayos del sol. En pocas horas, el angosto trecho de pista que dirige hacia la colina ubicada a unos cuatrocientos metros sobre el nivel del mar empezó a llenarse de cientos de personas provenientes de la mayoría de distritos de la ciudad que, adelantándose a lo que ocurriría luego, cargaban su propia cruz para llegar hasta la cima y elevar sus plegarias al todopoderoso.

El calor aumentaba y la cantidad de visitantes también. Ambas situaciones fueron aprovechadas por los vecinos del lugar y un grupo de ambulantes para ofrecer un sin número de productos, desde chicha a cincuenta céntimos, tres litros de gaseosa por tres soles con vaso descartable incluido, vino de extraña procedencia a dos soles cincuenta, viandas de todas las regiones del país, olivos, crucifijos, hasta artículos que, según las creencias populares provincianas, dan buena suerte como ekekos* y una serie de collares y ornamentos selváticos.

El mar humano hizo que el último tramo del camino hacia la cúspide del San Cristóbal fuera intransitable. Debido a la dificultad para acceder al mirador y a la gran cruz que corona el cerro, la gente optó por trepar por las laderas ante la mirada del serenazgo** que solo atinaron a prever que no ocurra algún accidente mientras los fieles llegaban como podían su destino.

Al mediodía, en la parte más alta del cerro, se confundían, entre miembros del serenazgo, ambulantes y fotógrafos, muestras de adoración y agradecimiento a Dios. A pesar de las diferencias de credo, todos los asistentes, católicos o no, manifestaban su fe en medio de velitas de apagón e incienso.

“El vía crucis llega acá las tres o cuatro”, dijo un serenazgo ante las repetitivas preguntas de un grupo de gente que esperaba con ansias la representación del drama más sobrecogedor del mundo cristiano. Todos los que estaban en la falda del cerro, en el trayecto hacia la colina y en el mirador se preparaban para seguir la recreación de la pasión y muerte de Jesucristo.

Los encargados de la representación del vía crucis fueron los integrantes del grupo Emanuelle, encabezados por Mario Valencia. Entre cánticos y salmos partieron desde el atrio de la iglesia Santa Rosa para luego recorrer la avenida Tacna, el Jirón de la Unión, Lampa y la Plaza de Armas, antes de llegar al cerro.

A las cuatro de la tarde, Cristo y los ladrones llegaron al pie del San Cristóbal. Allí les esperaba una caminata cuesta arriba de poco más de una hora y centenares de limeños que se conmovían al verlos. La historia del Gólgota se volvió a repetir  en el cerro más popular de Lima. En cada una de las estaciones Mario encarnó el sufrimiento de Jesús tal como lo narran los evangelios. Su pesada cruz hizo que caiga más de tres veces, pero esto no fue impedimento para que llegue al calvario.

Cuando el sol declinaba, los tres condenados llegaron a la cima, Jesús fue despojado de su atuendo para ser crucificado entre los insultos de los Sumo Sacerdotes y el llanto de María y sus seguidores. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, mencionó el Mesías antes de exhalar su último aliento.

Al caer la tarde todo estaba consumado y Cristo pereció en la cruz del cerro San Cristóbal. La voluntad de Dios fue cumplida y todos los presentes fueron testigos de este sacrificio. El hecho más representativo del viernes santo llegaba a su fin en este lugar de la ciudad.

Se dice que la muerte de Jesús no debe ser motivo de tristeza sino de alegría, ya que este hecho significó la salvación de la humanidad. Los visitantes del cerro lo entendieron así y luego del vía crucis se armó una gran fiesta.

Cánticos de gloria se mezclaban con huaynos*** que, a su manera, también alababan al Señor. Limeños y provincianos manifestaban su amor al creador sin dejar de lado sus costumbres y creencias. Era como si todo el país estuviera reflejado en cada metro cuadrado de la cima.

No cabe duda que este cerro se ha convertido, en los últimos años, en el Gólgota oficial de la semana santa limeña, ya que hasta aquí llegan centenares de personas de diferentes lugares, condición económica, tradiciones y modos de vida para darle gracias a Dios y pedirle que su manto protector los cobije durante el año. ■
 
(Marzo 2003)

* Ekeko. equeco. (Del aim. Iqiqu, nombre del dios de la abundancia). 1. m. Perú. Amuleto de yeso o arcilla, en forma de figura humana, sonriente, con los brazos abiertos, al que se atribuye la virtud de propiciar prosperidad y abundancia.

**Serenazgo. En la lengua general, el sustantivo sereno y el adjetivo sereno, -a son de diferente origen latino. Como sustantivo, es en España el ‘vigilante nocturno que hace rondas para garantizar la seguridad de los vecinos’ y también la ‘humedad de la noche’; como adjetivo, sereno equivale a tranquilo, sosegado. Pero en el Perú y en Bolivia, el sustantivo sereno ha extendido su significado hasta designar al vigilante diurno o nocturno encargado de cooperar con los vecinos y ponerlos en relación con la policía en caso necesario. Su función se conoce, en estos países, como serenazgo.