domingo, 22 de febrero de 2009

La vida a un lado de la universidad

Empieza un día de trabajo más en la ciudad. Centenares de personas de todas las edades confluyen de los cuatro conos de nuestra heterogénea capital hacia la cuadra seis del jirón Cañete, uno de los lugares más transitados del Cercado de Lima. Ya sea en ómnibus, coaster, combi* o colectivo** – medios de transporte oficiales en la comarca delimitada por las avenidas Colmena, Tacna, Alfonso Ugarte y el jirón Moquegua – cada uno de ellos llega a su destino: la calle que de un lado tiene la puerta lateral de la Universidad Nacional Federico Villarreal y del otro una especie de mega bazar que ofrece desde artículos de primera necesidad para los estudiantes hasta los productos más singulares.

Todas las mañanas, en las dos esquinas de esta cuadra, los carnés de los universitarios y las llaves de los trabajadores del frente abren el camino hacia una nueva jornada de labores. A pesar de la separación física de ambos grupos, la simbiosis es inevitable. Mientras que los universitarios necesitan el servicio lo más temprano posible para cumplir con sus obligaciones académicas, los tipeadores, fotocopiadores y ofertantes de Internet hacen dinero sin pérdida de tiempo.

Al compás del caminar de la gente, empieza el polifónico "amigo, ¿copias?", "¡tipeos!", "¡anillados!","¡Internet!" como parte de la publicidad chicha de este grupo de trabajadores que, sin tener una base de marketing, sabe aprovechar la carencia de una librería dentro de la universidad y apelando al ingenio peruano ha creado su propia fuente de trabajo en una época en la que el desempleo golpea la economía del país.

Entre máquinas fotocopiadoras, columnas de papeles y útiles de escritorio encontramos un sinfín de historias. Sueños, sinsabores, esperanzas, frustraciones y deseos de superación conviven sin saberlo en los puestos de la sexta cuadra del jirón que comparte con la Universidad Federico Villarreal y con sus alumnos que en muchas ocasiones son testigos de las alegrías y tristezas de estos trabajadores. ■

Detrás del servicio

Es un nuevo día para Guadalupe Ramírez. Ella sabe que para llegar a trabajar a las siete de la mañana debe madrugar pues sólo así cumplirá con sus obligaciones caseras. Mientras se alista para llegar al jirón Cañete, piensa en superar los ciento cincuenta soles que ganó ayer.

A sus 25 años, y luego de desempeñarse en diversos empleos, ella empezó a trabajar desde hace cuatro años como fotocopiadora. Con la sonrisa en los labios como fórmula para ver el futuro con optimismo, mira sin preocupación como va creciendo la competencia en los últimos dos años. Pese a la excesiva oferta que hay en su rubro, confía en sus clientes y asegura que prefieren el trato amable y la calidad del servicio que ofrece.
Es por esa eficiencia que ha salido adelante y en este corto tiempo hizo realidad el sueño de la máquina fotocopiadora propia. "Lupe", como la llaman sus amigos, nunca pensó que en casi cuatro años iba a lograr el éxito que su cuñada, quien la llevó a trabajar en este negocio, concretó en ocho años. En su puesto del número 664, también ofrece tipeo a computadora. Este servicio arroja al día un promedio de cuarenta soles que es repartido en partes iguales entre ella y el digitador.

Pero no siempre se gana en este negocio y Lupe lo sabe muy bien. Es por eso que ha aprendido a guardar pan para mayo, o mejor dicho, para la época de vacaciones universitarias. En enero, febrero y marzo, con reducción de personal de por medio, las ventas bajan hasta en un 20 %. Sin embargo, con el inicio de clases empieza la lucha por recuperar el tiempo perdido (léase el dinero perdido) y para tal propósito tienen como aliadas, desde hace un par de años, a las jaladoras.

Daysi es una de ellas y su labor consiste en conseguir la mayor cantidad de clientes durante el día. Tiene 25 años y gracias a un anuncio publicado en el periódico llegó a este trabajo junto con el inicio de las actividades académicas. Su horario es de lunes a viernes de ocho de la mañana a ocho de la noche y los sábados de ocho a cuatro de la tarde por noventa soles mensuales más almuerzos y pasajes.

Como en cualquier empleo, en este también existen jerarquías y son las jaladoras la base de esta peculiar pirámide. Su función solamente es convencer a la gente y llevarla hasta la puerta del puesto. Ellas están prohibidas de entrar a sacar fotocopias ya que hay otro grupo que está encargado de esta función. ■

Realidad Virtual

Dany alquila Internet y es más conocido por la comunidad villarrealina por su oferta de veinte minutos por cincuenta céntimos y por su trato gentil y hasta amical con sus clientes. Sin embargo, dentro de esa persona amable existe un ser arisco e introvertido que conocí en nuestro diálogo.

“Ya no quiero hablar de lo que hago. ¿No vez acaso en que consiste mi trabajo?... la verdad es que no se que más quieres saber”, dijo entre incomodo y nervioso. La conversación continuó. “Trabajo acá hace cuatro meses, me trajo mi cuñado, en el local hay 18 máquinas, me pagan por porcentaje, ¿conforme?, dice mientras come una cachanga*** de un vendedor al paso. Luego cuenta que nunca pensó atender en las cabinas de Internet porque hasta hace muy poco era técnico de computadoras. “Si estoy aquí es porque actualmente no puedo encontrar otro empleo y hoy por hoy no se puede despreciar una oportunidad laboral”, confiesa.

“No me gusta que me pregunten como funciona el negocio. El dueño se puede molestar si doy mucha información”, afirma mientras le preguntan si tiene cabina desocupada. La competencia, es fuerte, a pesar que el servicio es nuevo en este lugar. Es por eso que con sus “tarifas de oferta” como el mismo las califica, busca atraer al público. “Un sol por cuarenta minutos y cincuenta céntimos por veinte minutos es un precio que conviene al estudiante y en general a nosotros también, porque con estos precios los chicos vienen más seguido y la ganancia es casi la misma que cobrar una tarifa como en otros lugares”, asegura.
Las cabinas de internet arrojan un promedio de noventa soles diarios y luego de los respectivos descuentos de luz, agua y local, recibe entre quince y veinte soles por día. ■

Las dos caras de la moneda

En medio de computadoras y máquinas sofisticadas, existe un personaje que, aferrándose a su vieja maquina de escribir, brinda sus servicios de tipeo al mejor estilo de hace un par de décadas. Algunos dicen que todo tiempo pasado fue mejor, y al parecer, Oscar también comparte este pensamiento, ya que al contemplar su vetusta máquina recuerda tiempos mejores que no volverán.

A sus cincuenta años, este profesional de la contabilidad afirma, con una seguridad que estremece, no tener suerte en la vida. “Trabajo acá hace ocho años, pero como está la situación tengo que buscar otros cachuelos**** y puedo ausentarme varias semanas de este lugar” comenta. Con un lenguaje muy rico, añora los años que trabajó en las empresas más conocidas del país, como Graña y Montero, Telefónica o el Banco Continental.

“Si uno es recto y tiene deseos de superación es mal visto, por ser así perdí muchas oportunidades” dice Oscar. Con la mirada fija en la máquina de escribir, como si por medio de ella viera su pasado, afirma que durante su juventud trabajó hasta en compañías de seguridad, donde, al igual que en las labores contables, no tuvo mucha suerte. “Tenia pocos amigos en la empresa de vigilancia. El único que me aconsejaba, que era muy bueno conmigo, murió de un balazo en la cabeza mientras asaltaban un banco” cuenta afligido.

“Siempre quise superarme. Es por eso que cogí la maquina de escribir, ya que tenia que saber redactar para trabajar en Graña y Montero. Luego me gustó, compre libros de redacción, trate de instruirme, pero cuando pensé que podía vivir de esto, me di cuenta que era muy difícil porque ahora todo se hace en computadora. Sin embargo fui a probar suerte por Palacio de Justicia, pero la ganancia muchas veces es desalentadora. El lunes vine y no hice ningún trabajo, ayer sólo gané un sol, y hoy tampoco he tenido que tipear”, dice mientras levanta la mano para saludar a un policía que pasa por la vereda del frente.

Llega el medio día y coge su máquina, su desánimo, sus hojas y decide ir a buscar en el parque Universitario a los clientes que esta vez no encontró en la cuadra seis del jirón Cañete. La conversación concluye, pero el caso de Oscar, que es el caso de muchas personas que no consiguen trabajo por su edad, está presente. Pero, como reza el dicho, mientras hay vida, hay esperanzas. Y son esas esperanzas las que mueven a Matilde, una madre adolescente, a hacer todo lo posible y hasta lo imposible por salir adelante.

Ella tiene 19 años y debido a su embarazo tuvo que abandonar de manera momentánea – como ella misma dice – sus estudios en la CEPREVI***** para jugar a ser madre. Al perder el apoyo de sus padres, su tía fue el único soporte y gracias a ella puede trabajar vendiendo hamburguesas en un carrito sanguchero prestado. Con lo que gana durante la semana al frente de la universidad y los domingos vendiendo ropa en el Mercado Central, busca volver a empezar en la vida. Sabe que el camino no es fácil, pero aun así no se amilana.

Ella, al igual que los universitarios del otro lado de la pista, también quiere ser una profesional y por eso no descansará hasta lograrlo. A pesar de todas las dificultades que atraviesa, sus sueños la mantienen con el optimismo al tope y le dan la fuerza para luchar por lo que quiere.

Quedan pocas hamburguesas y muchos anhelos por cumplir. La noche cae pero las ilusiones de Matilde están de pie. Aun así, el capitulo de hoy ha concluido. Ella guarda sus cosas para regresar a su casa, en San Martín de Porres. Al igual que ella, todos los que de una u otra forma se ganan la vida en la cuadra seis del jirón Cañete se alistan para descansar. La calle queda cada vez más desierta y todo el movimiento del día quedó en el pasado. Cada personaje, es decir, cada historia, deja este mundo para refugiarse en el suyo. Trabajadores y universitarios se vuelven a confundir en el camino de regreso y entre diálogos amicales se escucha una palabra que resume la escena: continuará. ■

Julio de 2003
* Combi. Medio de transporte público urbano informal que usa unidades de poca capacidad de pasajeros, del tamaño de los modelo “combi” de Volkswagen.
** Colectivo. Automóviles antiguos usados como taxis informales en ciertas rutas de Lima.
*** Cachanga. Disco comestible hecho principalmente a base de harina de trigo, una especie de pan casero sin levadura, con agua y alguna variante, frito en aceite o manteca
**** Cachuelo. Trabajo eventual.
***** CEPREVI. Centro Preuniversitario de la Universidad Nacional Federico Villarreal.