Si
tuviéramos que escoger un lugar que represente el fervor católico del pueblo
peruano en esta Semana Santa, el punto elegido sería el cerro San Cristóbal. Y
es que este icono limeño recibió el pasado viernes santo muestras de fe
combinadas con costumbres de la costa, el ande y la amazonía.
Los fieles
empezaron a llegar junto con los primeros rayos del sol. En pocas horas, el
angosto trecho de pista que dirige hacia la colina ubicada a unos cuatrocientos
metros sobre el nivel del mar empezó a llenarse de cientos de personas
provenientes de la mayoría de distritos de la ciudad que, adelantándose a lo
que ocurriría luego, cargaban su propia cruz para llegar hasta la cima y elevar
sus plegarias al todopoderoso.
El calor
aumentaba y la cantidad de visitantes también. Ambas situaciones fueron
aprovechadas por los vecinos del lugar y un grupo de ambulantes para ofrecer un
sin número de productos, desde chicha a cincuenta céntimos, tres litros de
gaseosa por tres soles con vaso descartable incluido, vino de extraña
procedencia a dos soles cincuenta, viandas de todas las regiones del país,
olivos, crucifijos, hasta artículos que, según las creencias populares
provincianas, dan buena suerte como ekekos* y una serie de collares y
ornamentos selváticos.
El mar humano
hizo que el último tramo del camino hacia la cúspide del San Cristóbal fuera
intransitable. Debido a la dificultad para acceder al mirador y a la gran cruz
que corona el cerro, la gente optó por trepar por las laderas ante la mirada
del serenazgo** que solo atinaron a prever que no ocurra algún accidente
mientras los fieles llegaban como podían su destino.
Al mediodía,
en la parte más alta del cerro, se confundían, entre miembros del serenazgo,
ambulantes y fotógrafos, muestras de adoración y agradecimiento a Dios. A pesar
de las diferencias de credo, todos los asistentes, católicos o no, manifestaban
su fe en medio de velitas de apagón e incienso.
“El vía
crucis llega acá las tres o cuatro”, dijo un serenazgo ante las repetitivas
preguntas de un grupo de gente que esperaba con ansias la representación del
drama más sobrecogedor del mundo cristiano. Todos los que estaban en la falda
del cerro, en el trayecto hacia la colina y en el mirador se preparaban para
seguir la recreación de la pasión y muerte de Jesucristo.
Los
encargados de la representación del vía crucis fueron los integrantes del grupo
Emanuelle, encabezados por Mario Valencia. Entre cánticos y salmos partieron
desde el atrio de la iglesia Santa Rosa para luego recorrer la avenida Tacna,
el Jirón de la Unión, Lampa y la Plaza de Armas, antes de llegar al cerro.
A las cuatro
de la tarde, Cristo y los ladrones llegaron al pie del San Cristóbal. Allí les
esperaba una caminata cuesta arriba de poco más de una hora y centenares de
limeños que se conmovían al verlos. La historia del Gólgota se volvió a
repetir en el cerro más popular de Lima.
En cada una de las estaciones Mario encarnó el sufrimiento de Jesús tal como lo
narran los evangelios. Su pesada cruz hizo que caiga más de tres veces, pero esto
no fue impedimento para que llegue al calvario.
Cuando el
sol declinaba, los tres condenados llegaron a la cima, Jesús fue despojado de
su atuendo para ser crucificado entre los insultos de los Sumo Sacerdotes y el
llanto de María y sus seguidores. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen”, mencionó el Mesías antes de exhalar su último aliento.
Al caer la
tarde todo estaba consumado y Cristo pereció en la cruz del cerro San
Cristóbal. La voluntad de Dios fue cumplida y todos los presentes fueron
testigos de este sacrificio. El hecho más representativo del viernes santo
llegaba a su fin en este lugar de la ciudad.
Se dice que
la muerte de Jesús no debe ser motivo de tristeza sino de alegría, ya que este
hecho significó la salvación de la humanidad. Los visitantes del cerro lo
entendieron así y luego del vía crucis se armó una gran fiesta.
Cánticos de
gloria se mezclaban con huaynos*** que, a su manera, también alababan al Señor.
Limeños y provincianos manifestaban su amor al creador sin dejar de lado sus
costumbres y creencias. Era como si todo el país estuviera reflejado en cada
metro cuadrado de la cima.
No cabe duda
que este cerro se ha convertido, en los últimos años, en el Gólgota oficial de
la semana santa limeña, ya que hasta aquí llegan centenares de personas de
diferentes lugares, condición económica, tradiciones y modos de vida para darle
gracias a Dios y pedirle que su manto protector los cobije durante el año. ■
(Marzo 2003)
* Ekeko.
equeco. (Del aim. Iqiqu, nombre del dios de la abundancia). 1. m. Perú. Amuleto
de yeso o arcilla, en forma de figura humana, sonriente, con los brazos
abiertos, al que se atribuye la virtud de propiciar prosperidad y abundancia.
**Serenazgo.
En la lengua general, el sustantivo sereno y el adjetivo sereno, -a son de
diferente origen latino. Como sustantivo, es en España el ‘vigilante nocturno
que hace rondas para garantizar la seguridad de los vecinos’ y también la
‘humedad de la noche’; como adjetivo, sereno equivale a tranquilo, sosegado.
Pero en el Perú y en Bolivia, el sustantivo sereno ha extendido su significado
hasta designar al vigilante diurno o nocturno encargado de cooperar con los
vecinos y ponerlos en relación con la policía en caso necesario. Su función se
conoce, en estos países, como serenazgo.